lunes, 27 de mayo de 2013

1994. BLACK AFRICA. EPISODIO 1

Era una mañana de domingo de principios de 1994. Prolongamos el desayuno y mientras Alberto devoraba sus periódicos, yo leía el suplemento dominical.

- Irene, ¡mira este anuncio!

Me enseña un diminuto aviso de no más de 3x3 centímetros:

BLACK AFRICA
Expediciones de aventura
Tel. 987 … …

- Podríamos ir a África este año.
- No sé, no es un destino fácil como para ir solos.
- ¿Y si les llamamos a ver de qué van?
- ¿No te parece un poco raro un anuncio tan pequeño y un número de León?
- Sí, pero la peor gestión es la que no se hace. No perdemos nada por llamar.

Llamamos, por supuesto y nos atendió un chico que nos contó que su socio y él querían formar un grupo para hacer una expedición por Kenya, Zaire, Uganda, Ruanda y Tanzania en verano. Que era un safari de un mes de duración en un camión todo terreno “overland” y que si nos interesaba, iban a hacer una presentación, con las fotos de la expedición del año anterior en Madrid en un mes.

¡Los gorilas de montaña! Uno de nuestros sueños. Empezamos a documentarnos para hacer productiva esa larga espera de un mes.

Cuando llegó el día, nos citaron en una cafetería de la zona de Pacífico. Un lugar de lo más corriente, pero que tenía una salita al fondo en la que estaríamos tranquilos y se podía hacer un pase de diapositivas.
Fuimos llegando poco a poco y finalmente nos juntamos un grupo de unos veinte. El chico de León, un chaval bastante tímido e insulso, nos presentó a su socio, quien sería nuestro guía. Era ÉL: un hombre de unos treinta años, valenciano, alto, guapete y con la indumentaria propia de un Indiana Jones en busca de tesoros.

Comenzaron enseñándonos unas fotos espectaculares: la sabana, los bosques húmedos, los gorilas, el camión, las tiendas de campaña…y de repente irrumpe en la sala un grupo de personas muy enfadadas. Insultaban a estos dos:

- ¡Sinvergüenzas, inútiles, estafadores!

Mientras unos casi llegaban a las manos, otros se dirigían a nosotros, los potenciales viajeros, para decirnos que el viaje del año anterior había sido un desastre organizativo.

Cuando consiguieron que se fueran y nos quedamos solos, los guías comenzaron a disculparse por el boicot.
- No vamos a negar que el viaje no saliera exactamente igual que como estaba planeado, pero África es así, imprevisible. No obstante, si después de esto que ha pasado, alguno quiere irse, lo entenderemos.
Murmullos entre nosotros y deliberaciones. Alberto y yo decidimos quedarnos hasta el final, por ver lo que pasaba. Nos quedamos unos diez o doce.

Terminamos de ver las fotos y luego les freímos a preguntas de todo tipo. Al final, viendo nuestra indecisión, jugaron fuerte:

- Hagamos una cosa. El viaje cuesta cien mil pesetas. Quien quiera apuntarse que pague por anticipado solamente la mitad, para cubrir los billetes de avión y los primeros gastos. Y a la vuelta, si estáis conformes con la expedición, nos pagáis las otras cincuenta mil. No queremos que penséis que somos mala gente.

Aquella propuesta mejoraba significativamente las condiciones del viaje. ¿No queríamos aventura? Esta lo iba a ser. Nos apuntamos todos.

La siguiente cita sería a principios de junio en el aeropuerto de Barajas. Un vuelo regular con destino a Nairobi y escalas en Roma y Jeddah.

Y allí en Barajas nos empezamos a conocer todos. Los presento aquí con sus nombres reales, aunque a lo largo del viaje fuimos adoptando motes. Amelia, una enfermera de la Coruña de unos treinta años, gordita y muy simpática. José Antonio, un hombre de unos cincuenta años, que era ornitólogo y sabía mucho de animales, había incluso trabajado con Félix Rodríguez de la Fuente. Ana y Basilio, una parejita de recién casados de Zaragoza. José Luis, un señor de cincuenta y tantos años que se acababa de prejubilar en un banco y había decidido realizar su sueño de conocer África, era la primera vez que salía de España. Alfonso, un hombre joven de Barcelona, algo viajado. Irene, una joven de Madrid, muy graciosa y despistada. Carmen, una chica de aspecto aniñado, muy mona y un poco reservada. Y nosotros dos, que por lo que nos pareció, éramos los que más experiencia viajera teníamos. El guía, Miguel, llegó tarde y el último.
Íbamos todos a la última moda del Coronel Tapiocca y nuestro tema de conversación principal en ese momento fue lo que llevábamos en la mochila: la ropa, los equipos fotográficos, las velas espirales para los mosquitos, el tratamiento anti-malaria, etc.

Irene, la otra Irene, tenía que cambiar dinero. En su despiste había dejado hasta el final aquel asunto, así que la acompañamos a la oficina de cambio.

Cuando estábamos embarcando, otra vez Irene se da cuenta de que le faltaban los billetes de avión y el pasaporte.

- Te lo habrás dejado en la oficina de cambio – le dije.

Alberto fue corriendo con ella y, efectivamente, al cabo de diez eternos minutos llegaron con los documentos de viaje recuperados y embarcamos, ya casi por los pelos.

Ya en el avión, cuando éste despegó, respiramos hondo. Comenzaba una nueva aventura. Era 1 de junio de 1994 y unos meses antes, en abril, se había desencadenado un enfrentamiento entre hutus y tutsis que acaparaba los titulares de todos los medios de comunicación. Nos esperaban los treinta días más retadores que habríamos vivido hasta ese momento.

DOS MUJERES UNIDAS POR LA TIERRA

Las cuentecitas multicolores se engarzan en círculos concéntricos formando una circunferencia del tamaño de una moneda grande, dividida en cuartos: azul oscuro, azul claro, verde y blanco.
Para adquirir las bolitas y el alambre, Kioni, la joven kikuyu, antes tuvo que pasar varias horas junto al lecho de un río, cribando la tierra para encontrar algún granito de oro. Ese dinero es sólo suyo. También tuvo que caminar varios kilómetros hasta llegar al poblado en donde encuentra los materiales para el abalorio.
Es un amuleto que Kioni, que significa “aquella que ve, encuentra”, me regaló para darme fuerza. Simboliza a la mujer, su conexión con la Tierra y el poder que emana de ella. Van siempre conmigo.

domingo, 26 de mayo de 2013

LO VAS A HACER MUY BIEN

Desde de que nos conocemos, hace más de treinta años, Elsa siempre ha vestido con ropas de colores alegres. Cada vez que salíamos de compras yo siempre le decía: “Elsa, gordi, la ropa oscura estilizaría tu imagen. Te lo digo con todo el cariño del mundo”. Nunca se tomaba a mal mis comentarios sobre su cuerpo pero, terca como una mula, seguía insistiendo en sus camisas naranjas combinadas con pantalones fucsia.

Y así ha sido ella siempre, a su aire, ella misma. La vida nos ha llevado juntas por caminos a veces difíciles y a veces divertidos y últimamente me tiene preocupada. Un día, hace un par de años, me contó que había hecho un viaje astral. La encontré taciturna durante varias semanas y luego se le pasó. Pero sigue haciendo cosas raras. Por ejemplo lo de leer. Siempre habíamos compartido los libros que nos gustaban, tampoco nada del otro mundo, novela histórica y best sellers como los de Dan Brown, pero es que desde hace un año le ha dado por leer a Lao Tsé y a Osho, y de verdad, que la encuentro muy rara.

Hace un mes me contó que había ido a ver a un terapeuta especializado en regresiones y que estaba haciendo un trabajo de sanación. Me dio mucha pena por ella. La vi absorbida por todos esos asuntos esotéricos y de energías positivas y pensé que cualquier día me diría que se iba a Oklahoma con alguna secta, como esas del Richard Gere.

La semana pasada me escribió ¡un email en letras verdes! Bueno, esa es otra, ahora ya no quedamos para tomar cañas y a fundir la VISA como antes. En él me contaba que la terapia de regresión le estaba ayudando mucho:

“Mi querida Marta. Sé que ya no nos vemos como antes, pero has de saber que te sigo queriendo igual o incluso más. He descubierto el amor universal e incondicional.

Quiero contarte lo que ha pasado con las sesiones de regresión que te dije. Tomás es un hombre especial, sabe escuchar no sólo las palabras, sino el lenguaje del alma. El primer día, sin apenas yo contarle nada de mi vida me dijo: “Tu padre está muerto, ¿verdad?” Me quedé de piedra. “No temas, es que va siempre contigo y ahora está aquí con nosotros para ayudarte”. En otro momento me habría ido corriendo de allí, pero lo dijo con una voz tan tranquilizadora y estoy tan curiosa desde aquel viaje astral que te conté de hace años, que decidí quedarme.


Empezamos la sesión y me dijo que cuando contara tres hacia atrás, tendría que irme hasta el día en que se murió mi padre y fijarme en todos los detalles. “Tres, dos, uno, vete al día en que murió tu padre”. Fue muy fuerte, Marta. Me acordé de todo, hasta del más pequeño detalle. Recordé cómo mi madre vino a despertarnos aquella mañana a mi hermana y a mí. Yo dormía en la litera de arriba y según la vi, con la cara desencajada y horrible toda de luto, solamente pude decir “¿Se ha muerto papá?” Después vi cómo Luisa, la súper amiga de mi madre entraba a nuestra habitación y con una voz muy dulce, le hablaba a mi hermana: “¿Sabes Cristi? tu papá ahora está en el cielo y está muy bien”. Desde la cama de arriba yo lo oía todo y lloraba sola, desconsolada.

Tomás me despertó y yo estaba llorando como una niña pequeña. Me habló dulcemente y me dijo: “Cálmate, todo va a ir muy bien, pero tienes que hacer un trabajo y poner mucho de tu parte”.

En la siguiente sesión me pidió que cuando contara hasta tres, de nuevo en sentido inverso, me fuese otra vez al día en que murió mi padre, pero a un momento preciso, cinco minutos antes de que mi madre me despertase; que me imaginase que yo, así como soy ahora, una mujer adulta, entraba en la casa de mis padres y sin hablar con nadie me iba directamente a la cama donde estaba esa niña y me pusiera junto a ella y que cuando la niña se despertase y volviese a vivir todo aquello, yo tendría que consolarla.

Marta, aquello fue increíble. Empecé como en un sueño. Me vi entrando a casa de mis padres con mi propia llave y allí había un montón de gente llorando alrededor de la cama de mi padre que estaba muerto. Contemplé la escena y me dirigí hacia mi habitación de cuando era pequeña pero, cuando iba por el pasillo, sentí una mano que me cogía del brazo. Era mi padre. Estaba allí a mi lado y me decía: “Hola Elsa, me alegro de verte. No te preocupes por esa gente. Están alrededor de un cuerpo, pero yo ya no estoy ahí. Ve a lo que has venido, lo vas a hacer muy bien”.

Seguí hacia mi cuarto, contenta y segura por haber hablado con mi padre, me metí en la cama con la niña, o sea conmigo misma, y cuando llegó mi madre, me despertó y luego se fue, me quedé yo con ella, las dos juntas abrazadas. Luego me desperté. Fue maravilloso, Marta. ¡Me sentía tan en paz, tan bien!


Estoy deseando verte y que hagamos algo juntas, como siempre.

Un beso,

Elsa”



Ayer vi unas fotos suyas en Facebook. En la presentación de un libro o algo así. Llevaba un vestido negro de cóctel. Estaba preciosa. Resplandecía.

lunes, 20 de mayo de 2013

BATIENDO RÉCORDS

Queridos telespectadores, hace una semana nuestro compatriota James Coleman batió un nuevo récord. En una granja de Australia, ha construido el laberinto más grande del mundo, con una extensión de 200 mil metros cuadrados; 300 kilómetros de pasillos en los que ha utilizado diferentes materiales como bloques de hormigón, paredes de cristal, setos vegetales o vallas de madera. En él nos podemos encontrar trampas, caminos sin retorno, espejos, túneles, incluso pequeños refugios en donde pernoctar…y una única salida. Los intrépidos que se atrevan a desafiar al laberinto, llevarán una mochila con víveres y un localizador GPS, para poder ser evacuados en caso de desfallecimiento.

James Coleman ya saltó hace años a todas las portadas de los periódicos por formar parte de la expedición que en 2008 descubrió el mítico laberinto de Egipto. Es una persona bastante inaccesible y hoy nos hemos propuesto averiguar algunos datos sobre su niñez, para lo cual su hermano, el Sr. Simon Coleman nos recibe hoy en su casa de Stirling:

- Señor Coleman, le agradecemos que haya tenido la cortesía de concedernos esta entrevista para la BBC2 Escocia.

- El gusto es mío, aunque en realidad yo no soy protagonista de nada. Es mi hermano James quien bate todos los récords.

- Es cierto, su hermano acaba de construir el laberinto más grande del mundo, batiendo el anterior récord de Tom Pearcy. Pero, permítame que le diga, que su hermano es un tanto esquivo con los medios.

-  Sí, James siempre fue un friki desde que éramos pequeños.

- ¿Cuándo empezó su afición por los laberintos?

-  Tendría tres o cuatro años. Teníamos esos típicos cuadernos de pasatiempos infantiles. Esos en los que hay dibujos para colorear, figuras que trazas siguiendo una numeración y laberintos. Siempre se pedía resolverlos él.

- ¡Vaya! sí que empezó siendo muy pequeño. ¿Cómo era su hermano a esa edad?

- Pues, él y yo siempre nos hemos llevado muy bien, hemos jugado mucho juntos, pero también había momentos en los que James se encerraba en su habitación y vivía en su mundo. Recuerdo que mi madre, en uno de sus viajes a Londres, le compró un libro que contenía 500 laberintos. ¡Estuvo una semana sin parar hasta que consiguió resolverlos todos!
- Por lo que veo, sus padres fomentaban esa afición.

- La verdad es que nuestros padres siempre nos han respetado mucho y nos han alentado para que siguiéramos nuestro propio camino, dejándonos elegir nuestras aficiones, nuestra vocación y nuestros amigos. Son muy liberales.

- Y ¿cómo dio el salto a construir sus propios laberintos?

- Yo creo que responde a su tendencia natural de retarse a si mismo y a los demás. De niños veraneábamos en España, en una playa que cuando bajaba la marea dejaba inmensas extensiones de arena mojada. Ese era el momento de James para, con un palo, dibujar complicados entramados en la arena. Podía estar dos horas dibujándolos y después nos retaba a toda la familia a resolverlos. Cada año los hacía más difíciles. Durante el invierno, tenía un gran cuaderno cuadriculado en el que diseñaba nuevos laberintos.

- Y, ¿conseguían encontrar la salida?

- Ja, ja, ja. ¡A veces no! Pero él siempre tenía en su cabeza todos los caminos posibles, las trampas, las vías muertas… ¡todo!

- Una mente maravillosa…¿en algún momento se ha sometido a pruebas de inteligencia?

- Pues por lo que me comentó mi padre, pasó una época en el colegio en la que no obtenía buenos resultados y en clase estaba muy alterado. Coincidió con el divorcio de mis padres, así que le llevaron a un psicólogo, porque pensaban que quería llamar la atención. La psicóloga le hizo un test y quedaron sorprendidos porque sacó un CI superior a 150, pero en algunas áreas, como la capacidad visual llegaba a los niveles máximos que permitía el test.

- ¿Y…cómo es la convivencia con un niño superdotado?

- Bueno, nunca le prestamos demasiada atención a aquello. Siguió yendo al mismo colegio y sacando peores notas de lo que podría. Siempre decía que se aburría mucho en clase y era bastante caótico con las tareas y sobre todo con la gestión del tiempo. A mí a veces me desesperaba, tener que estar siempre esperándole y llegar tarde a clase.

Pues ya ven ustedes que James Coleman es todo un personaje peculiar, que responde al tópico de genio despistado y que sigue la senda de tantos brillantes inventores que ha producido este país.

- Señor Coleman, debemos concluir nuestra retransmisión, pero no me gustaría despedirme sin antes agradecerle que haya accedido a compartir sus recuerdos con nosotros y pedirle que, si tiene ocasión, le exprese a su hermano nuestra profunda admiración.

- Muchas gracias a ustedes.

Queridos telespectadores, hasta aquí nuestro programa de hoy. Les dejamos con unas impresionantes imágenes del maravilloso laberinto. ¿Alguno de ustedes se atreve a aceptar el desafío?



Irene Aparici


Dedicado a mi hijo Javier, incansable diseñador de laberintos y a su hermano Sergio, su mayor admirador.


TU AIRE

Únicamente estuviste en casa dos días, pero fueron suficientes para que la llenaras por completo, igual que a mí. Tu risa y tus silencios, la intensidad de las miradas, la música de nuestra conversación, los pasos de baile, el perfume de tu crema de cuerpo y tus manos acariciando mi pierna distraídamente mientras, tumbados en el sofá, veíamos el fútbol.

No has vuelto, porque nunca te has ido. El aire de la casa se vistió de ti y aún continúa danzando al compás de tu energía que vibra dulce, como la melodía de una flauta. Dejaste aquí a tu musa y yo me la encuentro a diario cada vez que respiro, en cada inspiración.

domingo, 19 de mayo de 2013

CRÓNICAS DE VIAJES. EPISODIO 0

Ayer desempolvé los diarios de viaje que escribí junto a mi marido en la década del noventa. Aquellos años en que teníamos juventud y capacidad de ahorro para, cada año, elegir un destino del mundo y viajar hasta allí con nuestra mochila. Fueron años de inmensa actividad profesional. A los ojos de muchos éramos una pareja de yuppies que se habían apuntado a la moda de hacer viajes exóticos y de aventura. A los ojos de mi madre, ese chico inquieto con el que me había casado iba a conseguir que nos matásemos en cualquier montaña perdida de vaya usted a saber dónde. No le faltaba razón a mi madre, que varias veces estuvimos a punto de morir, aunque de eso creo que nunca se ha enterado.

Para nosotros sin embargo, viajar era una manera de conocer a otras personas, otras culturas, otros paisajes, pero también de conocernos a nosotros mismos, mutuamente y de forma individual. No todas las parejas aguantan juntas las 24 horas del día durante 30 días seguidos. Nosotros no es que nos aguantásemos, es que las disfrutábamos como enanos.

Aquellos viajes en realidad duraban todo el año, porque durante meses nos dedicábamos a planificarlos minuciosamente. Estamos hablando de una época en la que Internet no estaba a nuestro alcance, tampoco había móviles, se utilizaba el fax y el télex, los billetes aéreos se compraban en las agencias de viajes y el dinero se llevaba en travellers checks, las cámaras de fotos eran de carrete y los más “profesionales” usaban película de diapositivas.

El primer paso, una vez elegido el destino, era pasarnos por las agencias de viajes para saber cuáles eran los lugares más turísticos del país en cuestión. En ocasiones, eso significaba incluirlos, pero en muchas otras, precisamente descartarlos ya que huíamos del turismo de masas.

El siguiente paso era comprar varias guías, la Lonely Planet solía convertirse en nuestro libro de cabecera durante esos meses. El objetivo era contactar con alguien que ya hubiese viajado al destino en cuestión o, mucho mejor, que viviese allí. Practicábamos el “couchsurfing” basado en el boca a boca.

Y entonces, llegaba uno de los momentos claves y que recuerdo con mayor cariño. En una hoja tamaño DIN A3 dibujábamos una cuadrícula que sería nuestro calendario de viaje y sobre ella íbamos trazando el recorrido, las ciudades o lugares donde pernoctaríamos cada noche, los medios de transporte para cada día, los alojamientos…Siempre escribíamos a lápiz, porque durante meses era nuestro documento de trabajo que iría sufriendo constantes modificaciones.

-         -  He leído que el Taj Mahal está cerrado los lunes.
-          - Vaya, eso cambia nuestros planes porque tendremos que quedarnos un día más en Agra.
-         -  ¿Y si empezamos el viaje por Benaresh?
-         -  No, no hay vuelos y además prefiero que nos vayamos haciendo al país poco a poco. Benaresh debe de ser muy impactante y además es un buen punto de partida hacia Nepal.

Esas eran el tipo de conversaciones que nos absorbían durante horas y horas.

Ya más cerca del momento de partir, llegaba el asunto de los visados, los pasaportes, las vacunas, los vuelos, el cabio de moneda y el equipaje.


Tengo guardado como oro en paño aquel pasaporte que nos hicimos con una foto en la que no estábamos nada arreglados. Mejor así, porque ese era el aspecto que teníamos cuando llevábamos semanas de viaje. Más de un guardia de fronteras habría dudado de mi identidad si en la foto del pasaporte hubiera salido peinada con moño italiano, maquillada y con traje sastre, que era mi aspecto habitual cuando me ponía el disfraz de bróker de bolsa.
Aquel pasaporte lleno de sellos de todos los colores, porque para eso las autoridades de emigración de algunos países son muy creativas, igual que con sus billetes, y había sellos con tucanes, con letras árabes, con monumentos…

Nunca supimos viajar con poco equipaje. Al final lo conseguíamos porque la capacidad de la mochila era la que era, pero antes de regresar siempre acabábamos regalando ropa que no habíamos usado. Era nuestro reto cada año, reducir el equipaje, pero eso sólo conseguí aprenderlo muchos años después, al hacer parte del Camino de Santiago.

¿Qué condiciones debía tener nuestro destino?

Generalmente buscábamos que estuviera fuera de Europa, porque pensábamos que Europa, España incluida, podríamos conocerla en viajes de fin de semana, puentes y sobre todo, cuando fuésemos jubilados.
Nos gustaban los destinos con culturas diversas a la nuestra y con paisajes naturales extremos: selvas vírgenes, volcanes, montañas elevadas, ríos bravos, llanuras nevadas. Pero aunque nos adaptábamos a cualquier medio de transporte y alojamiento, era importante que los dos o tres últimos días del viaje los pudiéramos destinar a estar en alguna playa en algún hotel con cierto lujo. Por dos motivos (o tres): poder darle descanso al cuerpo, poder adaptarnos poco a poco al modo de vida occidental, ya que solíamos apurar de viaje hasta el último día de nuestras vacaciones y poder bucear si el destino lo permitía.

Costa Rica, Venezuela, Colombia, Guatemala, la India, Jordania, Kenia, Tanzania, Nepal, Bolivia, Perú, Tahití, México, Estados Unidos, Panamá, Finlandia, Cuba, Zanzíbar…y Ecuador.

Aquellos años tan viajeros sólo podían acabar de una manera, con EL VIAJE, en mayúsculas. Nuestro deseo de conocer a fondo otras culturas, con aquellos viajes siempre se quedaba un poco cojo. No dejábamos de ser unos turistas que al final de las vacaciones se volvían a integrar, nunca iguales, a su modo de vida habitual. Sin embargo, la gran oportunidad se nos presentó cuando nos ofrecieron ir a vivir por tres años a Ecuador. Aquel fue el viaje de nuestra vida. En el que de verdad debimos integrarnos en otra sociedad y enfrentarnos al reto de vivir según sus normas, en el que nos enfrentamos a nuestros propios fantasmas, al desarraigo, a la soledad, a la incomprensión, y en el que definitivamente nos convertimos en otras personas.

Hoy, trece años después de nuestro regreso y cuatro desde que me divorcié, he tenido el valor de buscar la caja de mudanzas que se encontraba sellada en el trastero y sacar de ella aquellos diarios que íbamos escribiendo en tiempo real, tomando un refresco en Petra, o encaramados al templo cuatro de Tikal. Nos alternábamos en la escritura. Mientras uno lo hacía el otro solía leer alguna novela ambientada en el país. Son cuadernos que guardan una parte de mi vida en la que fui feliz, muy feliz, y sin embargo al releerlos, en muchos aspectos me cuesta reconocerme en la mujer que era entonces. En ellos hoy veo a un personaje de mí misma y me pregunto cuánto de ella aún permanece.




miércoles, 15 de mayo de 2013

SUPERVIVENCIA POLAR

Jaakko realiza su trayecto mensual desde Kittilä a Sodankylä.  86 kilómetros de tundra, dos días en su trineo de perros. El viaje es duro en invierno: las temperaturas en Laponia rondan los 50 grados bajo cero.
Antes del anochecer, pala en mano, comienza a construir la cueva de nieve donde dormirá. Un estrecho túnel da acceso a una pequeña caverna subterránea con espacio para él y un perro. Dentro, unos agradables cero grados. Abre un orificio de ventilación en el techo y enciende una vela. 

A media noche el perro se mueve. La vela se ha apagado. Falta oxígeno. Jaakko se despierta  y sale. El orificio se ha colapsado con nieve. Afuera una aurora boreal se desplaza por el cielo.

lunes, 6 de mayo de 2013

LAS PALABRAS CORRECTAS


Laura decidió solventar su infelicidad recurriendo a una reputada médium que le propuso hacer un ritual en una cueva.

- Escribe primero tu petición. Elige las palabras correctas. Pide y el Universo te concederá.

- Quiero amor.

- Eso es un deseo. Sé más concreta.

- Quiero un hombre joven, guapo, buen amante y enamorado de mí.

- Así mejor. Vayamos.

Tres golpes en la puerta. Entran. Oscuridad total.

- Podemos encender la vela. Los guías están con nosotras.

Guardan silencio y comienzan a sentir murmullos.

- Lee tu petición en voz alta y quémala. Después daremos las gracias.

Días después Laura conoció a Javier. El Universo la había escuchado, pero ¿había utilizado todas las palabras correctas? Olvidó añadir: soltero.

sábado, 4 de mayo de 2013

TE CONTARÉ UN DÍA


Querido hijo:

Sólo tienes dos años y aún eres algo jovencito para entender lo que te quiero decir, pero siento que el tiempo apremia. Por eso he decidido escribirte esta carta, para que si algún día te falto y no puedo hablar contigo, sepas cuánto te quiero.

Has de saber que tenías un hermano que nunca llegó a nacer.  Cuando todavía era un pequeño amasijo de veinte o treinta células, un día empecé a sentir mucho dolor en mi vientre. Papá y yo fuimos de inmediato a ver al médico y nos confirmó que aquel pequeño corazón en ciernes había dejado de latir. Nos sentimos tristes, abatidos, derrotados. Pero el doctor, que en aquel país extranjero se había convertido en mi padre, mi psicólogo y mi confesor, me dijo:

- Ángela, aún eres joven y podrás tener más bebés.
- Pero ¿por qué? ¿por qué tuvo que morir? ¿qué hicimos mal?
- Probablemente este bebé iba a nacer con problemas. A veces, la vida es muy sabia. Os dará una segunda oportunidad si de verdad queréis ser padres.

En nuestro desconsuelo encontré un atisbo de razón. ¿Realmente queríamos aquel bebé? Papá y yo habíamos pasado unos meses antes por una crisis que casi nos llevó al divorcio. Como parte de la causa estaba el que llevásemos varios años sin querer tener hijos y que nuestra relación como pareja había empezado a tocar techo. Necesitábamos nuevos retos y pensamos que un hijo lo era.

¡Qué gran error! Un hijo no es una solución ni tampoco un reto. Un hijo es el milagro del amor. Por eso creo que tu hermano no quiso nacer.

Tardamos algunos meses en recuperarnos de la pérdida y en entender aquel mensaje de la vida. Y cuando estuvimos convencidos de que seríamos unos buenos padres, fuimos a buscarte, o tal vez fuiste tú quien nos eligió. 

Te sentí desde el momento mismo de tu concepción. El doctor me había dicho que ya estaba preparada para un nuevo embarazo y aquella noche del veintiséis de marzo, papá llegó de viaje. Estábamos en el apartamento de Bogotá y en lugar de salir a cenar con los amigos nos quedamos en casa. Queríamos con toda nuestra alma tener bebés y aquella noche, mientras hacíamos el amor con muchísimo amor, sentí un pinchazo en mi tripa. Fue una especie de pequeña descarga eléctrica y la sensación de que una pequeña garrapatilla se había enganchado a la pared de mi útero. Supe que en ese momento acabábamos de crearte y me sentí feliz, muy feliz, por ti, y por el don de la naturaleza que supone poder crear una nueva vida a partir de dos células. Porque uno lo puede estudiar en el colegio, incluso verlo en el microscopio, pero sentirlo en tu propio cuerpo y sentir que formas parte de esa cadena infinita que es la vida sobrepasa cualquier experiencia.

Cada día, cuando veo tus enormes ojos azules y esa sonrisa tuya con apenas cuatro dientecitos, vuelvo a sentir el amor y la felicidad de aquella noche en que invocamos al universo y éste consintió en hacernos parte de él. Cada día en que te ríes y agarras mi dedo con tus manitas, sé que llevas el amor en cada una de tus células.

Cuando algún día te llegue el desaliento no te dejes vencer y siente lo que de verdad eres: pura magia de la vida.

Mamá