domingo, 6 de octubre de 2013

TESTIGO DE EXCEPCIÓN

No me preguntéis qué hacía yo en Londres en octubre de 1989. Se suponía que me había ido, dejando un trabajo prometedor y un novio formal en Madrid, para aprender inglés, pero creo que aquello fue solamente una excusa para liberarme de una vida en la que acababa de meterme y que me agobiaba. Sé la chica buena, haz lo que esperan de ti, cumple con las expectativas de la sociedad y de tu familia.

Y no me preguntéis cómo llegué a aquel albergue YMCA en Portland Street. Supongo que fue el primer hotel barato que tenía plazas libres cuando, desde una cabina de teléfono en Victoria Station, me puse a buscar alojamiento.

No me preguntéis por qué en mi segundo día en Londres me dio el punto de bajar a la sala común del albergue y acercarme a aquellos chicos que jugaban al billar entre bromas  y en un inglés perfecto. Me imagino que fue porque me pareció una buena oportunidad de conocer a gente de allí.

Tampoco queráis saber por qué el más guapetón de todos, me preguntó de dónde era, cómo me llamaba y me vaciló haciendo un juego de palabras con mi nombre. Supongo que siempre he atraído a los tíos, a pesar de no ser especialmente guapa y que en aquel lugar, una española era algo ciertamente exótico, como exótico me pareció él: alto, delgado, ojos negros como su piel y una sonrisa cautivadora y divertida.

No me preguntéis qué hizo que Daniel, así se llamaba aquella belleza anglo-africana, y yo nos hiciésemos amigos y algo más. Se suponía que yo tenía novio, pero nunca se sabe dónde puede saltar la chispa de la atracción entre un hombre y una mujer. Y fue allí, en Londres, ante una mesa de billar, entre un chico negro de origen keniano y una madrileña de pura cepa tomándose el pelo en inglés. Supongo que el sentido del humor compartido siempre ha sido un buen combustible y que yo hacía tiempo que no me reía tanto.

Queridos lectores, imagino que seguiréis preguntando, porque las historias de adulterio suelen despertar la curiosidad, por no decir morbo, de la gente. O, si ese no es vuestro caso, tal vez queráis saber qué tiene esto que ver con campanas de libertad.

Pues no me preguntéis cómo conseguí un día llegar hasta la casa que Daniel compartía con unos cuantos amigos, en un barrio de las afueras de Londres. Supongo que me había dado él la dirección, que fui en algún tren de cercanías y qué él me esperaba en la estación. 

Querréis saber qué me hizo llegar hasta allí, a un barrio de clase media, a una urbanización de adosados, a una casa llena de colchones, en la que vivían por lo menos quince hombres, todos negros, todos enormes. Supongo que fue mi curiosidad insaciable y la confianza que deposito de manera natural en las personas.

Llegados a este punto, vuestra curiosidad es posible que esté tan despierta como la mía entonces y querréis preguntarme qué pasó en esa casa. Y os diré que en aquella casa pasó algo extraordinario. Supongo que tomarse unas cervezas, hablar de cine y deportes y bromear sobre el terrible acento de la nueva amiga española hasta altas horas de la madrugada no es nada del otro mundo entre chicos de veinte años. Pues eso es lo que estaba pasando… hasta que uno de ellos encendió la televisión y en las noticias dieron aquel titular: ¡Liberados Walter Sisulu y otros siete líderes del Congreso Nacional en Sudáfrica!

No me preguntéis por qué la historia me hizo ser testigo de aquel momento, en aquel lugar y con aquellas personas. Supongo que fue el azar, o tal vez el destino, este que me está haciendo ahora describir aquel capítulo para que vosotros lo leáis.

Observadora de excepción, quince hombres negros de origen africano gritaban, se abrazaban, lloraban, bailaban, daban saltos. Empezaron a llegar otros vecinos. Las cervezas corrían sin control, todos estaban felices. Daniel se acordó de mí, se me acercó, me cogió de las manos y con los ojos humedecidos y su sonrisa más brillante me dijo: «Now, they will set Mandela free!!»

Me abrazó muy fuerte. Y en su abrazo latían campanas de libertad.

1 comentario:

  1. Escribir sobre un tema propuesto por un tercero es un buen ejercicio de creatividad y de disciplina. En este caso, el relato debía inspirarse en la canción "Chaims of freedom" (preciosa, por cierto). Como todos los relatos de este blog, la frontera entre lo ficticio y lo vivido es difusa, a veces cohabitan, pero no siempre.

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